Los Ensayos de Montaigne
Montaigne en un momento dado decide que se retira al castillo de Montaigne e instala en una torre su biblioteca, lo cual demuestra que no tenía problemas económicos. Estudió en Burdeos, en buenos centros, e hizo Derecho en Toulouse. Fue magistrado hasta su retiro a los 40 años aproximadamente para dedicarse a una vida de reflexión, de ocio con letras.
Pero en lugar de encontrar en su madurez una reflexión serena sobre la propia madurez, se da cuenta de que su fantasía le acecha y como se ve incapaz de reflexión serena se dispone a escribir ensayos (en el sentido de ensayarse a sí mismo, a ver qué opina él mismo sobre distintos temas).
«Esto no es mi doctrina, es mi estudio», él no pretende hacer cómo hacen otros –publicar una serie de textos que enseñen–, no tiene voluntad didáctica. Lo que sí hay es una voluntad de registro, construye un discurso errante no ordenado: lo que quiere hacer es ir registrando sus puntos de vista sobre un tema y a veces incluso confiesa que un día opina una cosa sobre un tema y al día siguiente, la contraria.
Es un discurso errante y que habla de sí mismo, lo cual es, a juicio de Montaigne, más útil que lo que se hace en el resto de las ciencias: «No escribo mis acciones, me escribo yo, mi esencia». En un momento en el que la dispositio era muy importante, decir que se va a hacer un discurso errante es romper con toda la tradición contemporánea.
A pesar de que la dispositio era un elemento muy importante a tener en cuenta, había géneros que permitían mucha flexibilidad a la hora de organizar el discurso como el epistolar. Aún así, no era tan flexible como lo que estaba proponiendo Montaigne. Montaigne decide no escribir cartas según él mismo porque no tiene interlocutor y porque no encaja en su carácter. Dice que su estilo es «cómico», haciendo referencia al estilo humilde (la comedia se clasificaba como «género humilde» y la tragedia como «género noble» por el uso particular del vocabulario y otras razones).
Usa un estilo conciso, desordenado, particular. En el libro que probablemente usó Montaigne en Toulouse para estudiar, se recogían frases de Cicerón que en el estudio de la jurisprudencia había que memorizar para repetirlas cuando fuera necesario, loq ue implica asimilar el estilo de Cicerón, que es grandilocuente y con largas frases. Con su estilo, está rompiendo con lo aprendido en la Universidad.
La Silva es otro género que comparte algunos elementos con los Ensayos, como el uso de la primera persona, un cierto desorden, anécdotas del mundo clásico, etc.
Las acotaciones también tenían algún parecido. En las clases se comentaban textos, a menudo clásicos, que a veces se reuníam y se publicaban. Al compendio de materiales heterogéneos que compartían el hecho de ser interesantes al compilador, se les daba el nombre de misceláneas.
En las clases a menudo se aconsejaba a los alumnos que de los textos que leían extractaran sentencias (seleccionadas por su contenido moral o por su belleza estilística) que se copiaban en un cartapacio y se memorizaban. Se organizaban por temas, que recibían el nombre de «lugares comunes». El género editorial de los libros de lugares comunes tuvo también un gran éxito editorial porque la retórica recomendaba la inserción de citas.
Sin embargo, ninguno de estos géneros responden a lo que hará Montaigne, aunque sí que nos dan pistas sobre su método de trabajo.