La diferencia temporal en la lectura de textos de la Edad Media

Hans Robert Jauss dedica el capítulo Modernidad y alteridad en la literatura medieval a la enumeración, análisis y reflexión de los elementos que entran en juego en la lectura moderna de textos de la Edad Media.

El núcleo central de la reflexión es el hecho de que existen muchas diferencias entre el lector actual y los lectores de la Edad Media. Tantas como las que hay entre los textos escritos hoy y los que los autores de la Edad Media escribían. Ello acarrea dificultades de comprensión que en cualquier caso no son insalvables, pero sí que invitan a pensar acerca de las motivaciones y las circunstancias que conducen a un lector de hoy a acercarse a los textos medievales y también sobre la validez y utilidad actual de dichas obras.

Por eso Jauss empieza su ensayo enumerando las razones por las que justifica, desde el punto de vista científico y didáctico, la importancia una literatura que, habida cuenta de las complicaciones a las que he hecho referencia hasta ahora, podría parecer que carece de interés, esto es: “el placer estético, la sorprendente alteridad y el carácter ejemplar de los textos medievales”.

En un lector coetáneo provocaba placer estético el hecho de reconocer en el texto una cosmovisión identificada al menos a nivel teórico con el estado de cosas vigente. Es decir: los hombres medievales adquirían a través de la literatura unos conocimientos acordes con lo que ya sabían y se identificaban en ellos. Cabe destacar en este punto, como Jauss hace, que en la Edad Media no existía el realismo y que los hechos históricos narrados están impregnados de simbolismo.

Para un lector moderno, en cambio, la experiencia estética y, por lo tanto, el placer que la lectura de una obra medieval pueda provocar, están condicionados por la gran diferencia existente entre su horizonte de expectativas y el que tenía el lector medieval. El lector puede exponerse al texto desnudo ante su alteridad o puede acercarse a él tratando de usar a modo de herramienta los indicios indirectos que el texto le proporciona y que pueden permitirle reconstruir los elementos necesarios para entender el texto de un modo cercano a los coetáneos al texto. En este último caso, la reconstrucción se verá determinada inevitablemente por los prejuicios e imágenes que tenga el lector sobre la Edad Media.

En este sentido, hay que tener en cuenta que distintas obras actuales, tales como novelas pseudo-históricas o películas, pueden condicionar estos filtros positivamente (por la parte de divulgación histórica que puedan tener) o negativamente (por anacronismos no identificados por el lector o el espectador, por ejemplo).

Existe, por lo tanto, una marcada convergencia entre dos de las justificaciones que Jauss pone sobre la mesa: la sorpresa ante la alteridad y el placer estético que esta sorpresa puede crear en un determinado tipo de lector.

Y aunque no es tan marcada, estas dos justificaciones convergen, al fin, con la tercera. Una muestra perfecta de porqué los textos medievales tienen carácter ejemplar es que conducen a los lectores a acercarse a un texto haciendo la reconstrucción comentada anteriormente. El texto es un vínculo entre los dos elementos tenidos en cuenta al hablar de alteridad. Sería un error considerar una obra valiosa o no según el grado de fidelidad con el que relatara hechos de su época: para eso ya existen los libros de historia. Sin embargo, sí puede servir de ayuda para reconocer influencias, determinaciones y, en general, elementos condicionados por la sociedad que la ha producido.

Queda justificado, pues, el valor literario de estas obras, que a priori pudiera parecer obsoleto (en favor de los textos contemporáneos), según Jauss, por extensión de un concepto de progreso importado de las ciencias naturales muy presente en nuestra visión del mundo.