Análisis de los capítulos 14 y 16 de Cómo evolucionaron los humanos de Robert Boyd y Joan B. Silk

Estos dos capítulos de Cómo evolucionaron los huamanos de Boyd y Silk giran en torno a la evolución humana, a la selección natural y a la adaptación. En el primero de los dos capítulos se centran en los orígenes humanos, mientras que en el segundo hablan de adaptación y selección.

Según explica el texto, los humanos modernos tienen una serie de características propias como un rostro y unos dientes pequeños, una barbilla puntiaguda o un cráneo redondeado. Son diferencias morfológicas que son útiles des del punto de vista de la investigación paleontológica precisamente porque son observables aún miles de años después.

Las pruebas arqueológicas indican que ya los primeros humanos modernos en Europa fueron capaces de acumular conocimientos complejos o simbólicos. Cabe destacar que cuando entraron en Australia hace 40.000 años conocían una tecnología que algunas teorías consideran equivalente a la del Paleolítico Superior europeo, mientras que otras creen que en poco de diferencia ésta de otras tecnologías coetáneas. En África y Asia, el registro es muy pobre y por lo tanto hay menos datos. De lo que no cabe duda en cualquier caso es de que los humanos del Paleolítico Superior eran artesanos hábiles y se enfrentaron mejor al entorno que los neardentales.

Luego explica cómo el ADN mitocondrial es útil para el estudio de los orígenes de los humanos modernos y cuál es la razón. Previamente, enuncia las dos teorías que hay acerca de la cuestión de la expansión de los humanos en relación con sus diferencias anatómicas y morfológicas: la hipótesis multirregional, según la cual había una única especie de homínidos robustos del Pleistoceno Superior repartida por todo el planeta y de morfología variable, lo que explicaría las diferencias que hay entre una población y otra; y la hipótesis del débil jardín del Edén, según la cual individuos de una población local africana se extendieron por todo el mundo y acabaron reemplazando al resto de poblaciones. Del análisis del ADN mitocondrial, útil porque existe un gran número de copias que almacenan información sobre una gran tasa de mutación, se desprende que la hipótesis más probable sea la del débil jardín del Edén: de hecho, como el ADN mitocondrial se traspasa solo por línea materna y a menudo hay hembras que mueren sin descendencia femenina, de una sola hembra es todo el ADN mitocondrial de los humanos modernos. A esta hembra, que no es la primera humana, se le ha llamado Eva. Esto aporta información de la mitad de la humanidad, no de la humanidad entera. Sin embargo, los estudios hechos en este mismo sentido con el cromosoma Y, que aportan información masculina, apoyan estas conclusiones.

Otra de las cosas de las que informa el texto es que muy probablemente convivieron Neardentales con humanos modernos, a pesar de que el antepasado común más próximo es de hace unos 500.000 años.

Poco a poco, se suceden las adaptaciones y los avances tecnológicos y culturales. Sin embargo, el texto plantea la posibilidad de que no haya habido revolución humana sino pequeños cambios evolutivos acumulados o que dicha revolución sea fruto de un cambio cultural análogo al que supuso la agricultura. Sin embargo, todas estas hipótesis de trabajo parecen poco sostenibles en algún punto.

El segundo de los dos capítulos empieza dejando claro que los científicos distinguen entre dos fuentes de variación humana, la genética y la ambiental. Hay que distinguir también la variación que los grupos humanos de la que se produce dentro de cada grupo.

Los patrones actuales de variación genética reflejan los cambios en las migraciones así como algunas cuestiones demográficas como el crecimiento de la población. A través de comparaciones realizadas en ciertas condiciones es posible saber que parte de la variación es genética.

La variable de la estatura puede ilustrar todo esto. Los diferentes grupos humanos presentan estaturas distintas. Y parece claro que parte de la estatura de una persona tiene que ver con la herencia, con como son sus padres. Sin embargo, se da el hecho de que en una época de modernización aumentó la estatura, lo que prueba la influencia del ambiente también en este aspecto.

A partir de todo lo dicho, en este capítulo y en el anterior comentado, hace una crítica del concepto de raza rebatiendo algunos equívocos generalizados. La clave está en que, si bien existen diferencias entre los individuos que habitan distintos puntos de la Tierra, desde el punto de vista científico es insostenible decir que en éstas se puede basar una división de la humanidad en categorías excluyentes, esto es, en razas. Dicho esto, los equívocos – que la especie humana puede dividirse en razas; que la raza es un elemento que interviene significativamente en el individuo de forma que lo diferencia de los de otras razas biológicamente o que la biología es lo que guía estas diferencias – se desmienten casi por si solo con la ayuda de las evidencias científicas.

Se da la circunstancia que las semejanzas presentes en un grupo de individuos que los diferencian de otro pueden estar relacionadas con la genética puesto que la proximidad geográfica lo favorece, pero también pueden estar determinadas por el ambiente, ya que por esta misma proximidad geográfica las condiciones ambientales son las mismas o muy parecidas para todos los integrantes de un mismo grupo. Ésto no hace más que indicar de nuevo en la dirección de que las diferencias presentes en los humanos no son ni mucho menos solo por causas biológicas.

Se puede clasificar a los seres humanos por su distribución geográfica, claro está. Pero la distribución resultará diferente según la categoría de estudio y situar a los individuos dentro de una hipotética categoría esencial o preponderante es arbitrario. No se puede, por lo tanto, hablar de raza argumentando zonas distintas de hábitat para los distintos grupos humanos. En cualquier caso ninguna de estas divisiones o ninguna de las posibles combinaciones de estas divisiones refleja una subdivisión natural en grupos biológicamente distintos o, dicho de otro modo, nada de ésto refleja una división en razas.

Hasta aceptando inicialmente las razas habituales de los grandes grupos continentales como grupos humanos, la división en razas queda invalidada por el hecho de que hay más diferencias genéticas en los miembros de estos grupos entre sí que entre los grupos.

Para acabar, cabe destacar algo fundamental del primer capítulo comentado que indica una vez más que el concepto de raza es erróneo: los humanos modernos proceden todos de una misma rama del árbol genealógico, proceden todos de la rama instalada en África. Si se tiene en cuenta el modo de proceder de la biología, es un dato relevante saber que la procedencia de toda la humanidad tiene un punto de origen tan concreto.

Lo que sí es importante es que muchas veces las razas son identificaciones de grupos culturales importantes, algo que también se destaca en el texto. ¿Por qué hay conciencia de la existencia de las razas cuándo éstas no existen biológicamente? Hay que tener en cuenta la cultura en relación con los intereses de clase. Es cierto que existen una serie de diferencias morfológicas explicables por diferencias ambientales y genéticas. Pero, más allá de eso, las diferencias entre humanos están en la cultura y no en los genes.

Cada gran grupo cultural identificado habitualmente como ‘raza’ responde a a menudo una serie de intereses de clase que se encargan de acentuar las diferencias ambientales o genéticas que hay entre grupos humanos. Obviando los matices que se pierden al abandonar la perspectiva local para pasar a una tan global como hablar de “grandes grupos culturales”, es evidente que uno de ellos, con pocos recursos económicos y muchos energéticos, no puede tener los mismos intereses de clase que otro que está en una situación exactamente inversa. Situaciones históricas tales como el Apartheid demuestran como sí hay intereses de clase detrás de la acentuación de estas diferencias.